CAPITULO 4
EL VOTO DE CELIBATO
Devavrata encontró a su padre repentinamente cambiado. Los días de perfecto compañerismo habían acabado. Este nuevo padre no quería hablar con él, a pesar de que él estaba deseoso de que así fuera. El príncipe hizo todos sus mejores esfuerzos para que le revelara la causa de esta melancolía. Pero todas sus tentativas fueron infructuosas. El rey perdió interés en todo: hasta en la caza, que era su pasatiempo favorito. Por último, después de largo tiempo, el rey habló un día con Devavrata. Le dijo: “En esta augusta Casa de los Kurus, tú eres mi único hijo. Para mí, tú eres más que cien hijos juntos. No me atrae la idea de casarme otra vez. Pero estoy preocupado por el hecho de que seas único hijo. Es como tener un solo ojo. Dios te ha concedido larga vida, lo sé. Pero mi mente está confusa. Dicen los sabios que tener un solo hijo es como no tenerlos. Tú eres un magnífico guerrero. Si algo te llegara a ocurrir en una de tantas guerras, el gran linaje de los Kurus se quedaría sin heredero. Esto equivaldría a la destrucción. Esta preocupación es lo que ha estado carcomiendo mi mente.” El príncipe se quedó callado un momento; después, salió sin decir palabra.
Devavrata se dirigió de inmediato a ver al auriga del Rey. Su inteligencia había sabido penetrar a través de la pantalla de palabras que había creado su padre. Encaró al auriga con su habitual franqueza, y le preguntó: “Tú eres el confidente y el amigo de mi padre. Dime, ¿quién es la mujer que ha capturado el corazón de mi padre? Dímelo inmediatamente, para que yo pueda hacer lo que es preciso y hacerlo feliz.” Tras mucha hesitación, el auriga le contestó: “Mi señor, el rey no aprobará que os lo haya contado. La mujer es la hija de un pescador. Ella ha cautivado el corazón de tu padre. El rey le pidió al padre la mano de la muchacha, pero él se negó a concederle este deseo al rey a menos que él accediera a sus condiciones: que el hijo nacido de su hija fuera instaurado como rey en el trono de los Pauravas. Tu padre pensó en ti, y no siendo capaz de hacer lo impensable, regresó a Hastinapura.”
Sin decírselo a su padre, Devavrata partió hacia la floresta. Llegó a la morada del pescador. La mujer que había despertado el amor de su padre estaba cerca de la ribera del Yamuna, atando el bote. Ella lo miró, y por un momento llegó a creer que se trataba del rey en persona. Devavrata la saludó, y pidió ser llevado ante la presencia de su padre. El pescador recibió a su invitado con todos los respetos que se le debían. El príncipe habló sin más preámbulos. “He sabido que mi padre, el gran monarca de Hastinapura está transido de amor por tu hija. ¿Qué más quieres que eso? ¿Piensas acaso que no has sido suficientemente honrado cuando el rey del mundo entero viene a pedirte un favor? ¡He oído que has tenido la audacia de negarle el deseo de su corazón!” “Mi señor,” dijo el pescador, “yo quería un precio. Conozco muy bien el honor que me ha sido conferido por tu padre al desear la mano de mi hija. Pero existe una predicción que dice que el hijo de Satyavati será monarca algún día. Yo conozco todo acerca de ti. Tú eres el príncipe de la corona, el yuvaraja. El rey te adora. Y por eso guardó silencio cuando le presenté mis condiciones. No pudo concedérmelas. Esto es todo lo que ha sucedido.”
En el rostro de Devavrata se reflejó una expresión de disgusto. Que su querido padre tuviera un deseo y no pudiera satisfacerlo era una cosa que él no podía imaginar. Dijo pues: “Tú quieres que tu nieto sea rey después de mi padre. Que así sea. Renunciaré a mi derecho al trono. ¿Estás satisfecho ahora?” El joven príncipe, la esperanza del mundo, sorprendió al pescador con sus palabras. Una mirada de incredulidad se asomó a sus ojos. Estaba atónito por la manera casual en que este joven príncipe renunciaba a su trono. Sonrió y dijo: “Mi señor, tú eres en verdad un verdadero príncipe. La felicidad de tu padre lo significa todo para ti. En tu nobleza, has renunciado al trono. Pero ¿cómo puedo yo estar seguro de que tus propios hijos serán tan inegoístas como tú? ¿Qué seguridad tengo de que ellos no disputarán el derecho del hijo de Satyavati?” El príncipe se sintió consternado a la vista de la ambición de este hombrecillo. Con una sonrisa de desprecio, le dijo: “¿Todavía no te das por satisfecho? Yo haré que lo estés. No me casaré. Juro ante los moradores del cielo y de la tierra y de las regiones inferiores, en el nombre de todo lo que me es amado y sagrado, en el nombre de mi guru Bhagavan Bhargava, en el nombre de mi madre Ganga, en el nombre del Dharma, que jamás me casaré mientras viva. Ahora, ¿te das por satisfecho?”
Desde el cielo, flores llovieron sobre él. Proveniente de todos lados y de ninguno, resonó en los aires la palabra “BHISHMA”: pues tan tremendo era el voto que había pronunciado. “Aquí la tienes”, dijo el pescador, “he aquí a tu madre.” Hizo venir a Satyavati. La hizo pararse frente al príncipe. Devavrata se inclinó ante ella, la subió a su carruaje y se dirigió a toda prisa hacia Hastinapura.
Devavrata se dirigió corriendo hacia su padre. Le presentó a la joven, y le dijo: “Padre, te la he
traído. Por favor, tómala y abandona esa melancolía. Te suplico que seas feliz.” En el cielo todavía resonaba atronadoramente el grito de: “¡Bhishma! ¡Bhishma!”. Santanu se enteró de todo lo que había sucedido, y el dolor lo atravesó. Tal vez era su conciencia que lo remordía. No podía soportar pensar que su hijo, tan viril, tan hermoso, tan divino, viviera una vida autoimpuesta de celibato permanente. Pero una vez que la trama está tejida, no podemos deshacerla. Santanu había logrado el deseo de su corazón. Con la gratitud y el amor que le inspiraba este hijo suyo, le concedió un don. Devavrata moriría cuando él quisiera, y sólo cuando ello le plazca. Ante él, la muerte tendría que esperar. Para concederle este don, el rey ofreció todo el tapas que había acumulado. A su manera, trataba de compensar a este hijo por todo lo que le habría de faltar en la vida.
Se celebró pues la boda entre Santanu y Satyavati. Con ella, el rey pasó algunos años felices. Les nacieron dos hijos, que fueron llamados Chitrangada y Vichitravirya. Los años pasaron demasiado pronto, y el rey, ya anciano, falleció con el correr del tiempo y se unió a sus antepasados. Era evidente que Devavrata, ya más conocido como Bhishma, tendría que sobrellevar la carga del reinado. El príncipe Chitrangada era demasiado joven para poner el reino en sus manos. Bhishma lo nombró Yuvaraja y actuó como regente en su nombre.
Así pasó Bhishma varios años sin mayores eventos. Nada digno de mención sucedió. De repente, la tragedia golpeó súbitamente como un rayo. Había un rey de los Gandharvas llamado Chitrangada. No le agradaba la idea de que un mortal llevara su nombre. Retó pues a Chitrangada, el hombre, a un combate con él, para que probara ser digno de su nombre. En el campo de Kurukshetra se llevó a cabo el combate entre los dos Chitrangadas. El hijo de Santanu fue doblegado y muerto. Bhishma estaba traspasado por el dolor. Hizo coronar al menor de los hijos de Satyavati, y de nuevo recayó sobre sus hombros el peso de la regencia. Gobernó el reino en el nombre de su hermano, y la gente era muy feliz. Todos en Hastinapura eran felices bajo el gobierno de Bhishma, su rey sin corona.
artista: Kailash Raj |
CAPITULO 5
EL SWAYAMVARA EN KASI
El joven príncipe Vichitravirya era ahora el centro de las esperanzas de Satyavati. Era su único hijo. Bhishma era como un padre para él. Pasaron los años. Llegó el momento en que Bhishma pensó en casarlo. El rey de Kasi tenía tres hijas adorables: Amba, Ambika y Ambalika. Bhishma pensó que estas tres princesas eran esposas adecuadas para su hermano. Le llegaron noticias de que el rey de Kasi iba a celebrar el swayamvara de sus hijas. Bhishma no pudo tolerar el insulto que esto significaba para él. La costumbre había sido hasta ese entonces que las hijas de Kasi fueran dadas en matrimonio a los príncipes de la casa de los Kurus. Bhishma se molestó por este apartamiento de las costumbres en uso y descendió a la ciudad en la que se celebraba el swayamvara.
En la preparación del swayamvara no se olvidó detalle. Para asistir a la ocasión, habían venido los reyes de toda Bharatavarsha. El salón relumbraba por las joyas que vestían los príncipes que allí se habían congregado. El aire estaba impregnado de la fragancia de las flores que los adornaban. Todos vieron a Bhishma. Hubo sonrisas de desdén, narices fruncidas y comentarios despectivos. Decían algunos: “¡Miren a este Devavrata! ¡El, que se decía soltero de por vida, ahora viene al swayamvara de estas adorables princesas! ¿Quién, en verdad, puede resistirse a las leyes de natura? Estas beldades son suficientes como para debilitar las austeridades de los propios rishis. ¿Qué podremos decir de un pobre mortal como Devavrata? Se olvidó del juramento que pronunció para satisfacer a su padre. Viene con la esperanza de que pueda ser elegido por alguna de las princesas. ¡Vanas esperanzas! ¡Qué vanidoso es! ¿Quién le prestará atención a este hombre, que ya ha pasado de largo la flor de la juventud, cuando nosotros estamos aquí?”
Una voz semejante al trueno sacudió a los reyes que se hallaban reunidos. Era la de Bhishma, les dijo: “Ciertamente he venido al swayamvara. Voy a llevar a estas doncellas a Hastinapura. Serán las esposas de mi hermano Vichitravirya, el monarca de los Kurus. Serán las reinas de la casa de los Kurus. Si tienen suficiente coraje y bravura, anímense a reclamármelas. Estoy preparado para combatir con quienquiera ose oponérseme.” Bhishma tomó a las princesas una por una de la mano y las hizo subir al carruaje. Se hallaba listo para partir hacia su casa. Los reyes estaban furiosos. El rey de Kasi los miró como pidiendo auxilio. Todos salieron en contra del príncipe que se hallaba a punto de salir. Bhishma detuvo su carro. Se desató un feroz combate entre los reyes por un lado y Bhishma por el otro. Fueron vencidos fácilmente. El carruaje volvió a avanzar en dirección a Hastinapura, la capital de los Kurus.
El rey de Salva era un gran héroe. El, como otros tantos, se había presentado al swayamvara. Se ofreció a combatir con Bhishma. Su capacidad de combate no era poca. Logró herir a Bhishma en el pecho. Todos quedaron sorprendidos por el combate de Salva, que había sido capaz de herir a Bhishma. Encolerizado por el reto de Salva, Bhishma se batió con mayor vigor que el que había demostrado hasta el momento. Mató primero al auriga de Salva, y luego a sus caballos. Salva se había quedado sin carro y sin armas. Se hallaba a pie, a merced de su oponente. Con nobleza, Bhishma lo dejó ir sin matarlo, y siguió su ruta hacia Hastinapura sin más desafíos.
Bhishma llegó a la ciudad. La gente se agolpaba en las calles para ver a las tres doncellas, semejantes a tres lunas en cautiverio. Eran hermosísimas. Pronto llegaron a los aposentos del rey. Bhishma descendió de su carro, y las princesas lo siguieron. Cuando llegó a las habitaciones de Satyavati, las hizo pararse delante de ella y exclamó: “¡Mira, madre! He aquí las esposas que he traído para nuestro Vichitravirya.” Satyavati quedó complacida, y mandaron a buscar al joven príncipe. El miró a las jóvenes doncellas, y le agradaron. Miró a Bhishma con amor y gratitud, y se arrojó a sus pies. Bhishma lo abrazó, con los ojos llenos de amorosas lágrimas. El amaba a este hermano suyo como un padre ama a su hijo.
“Por favor, permítanme decir algo”, dijo una suave y temerosa voz. Bhishma se dio vuelta: era Amba, la mayor de las tres princesas. Temblando como una hoja, se dirigió a Bhishma y a la reina madre, diciéndoles a ambos: “Cuando mi señor Bhishma entró en el salón y nos trajo por la fuerza, yo estaba a punto de colocar la guirnalda sobre Salva, pues ya lo había elegido como mi esposo.” “¿Por qué no me lo dijiste en ese momento?” le preguntó Bhishma. “Tendrías que habérmelo dicho antes de que saliéramos de Kasi. ¿Por qué te callaste?” “¿Y cómo, mi señor?” le respondió Amba. “Actuaste tan abruptamente, que antes de que pudiera juntar el coraje suficiente para hablarte, ya estábamos a mitad de camino. Por eso pensé que debía hablar ahora.” Todos quedaron preocupados ante esta nueva complicación que acababa de presentarse. El joven príncipe dijo: “No me parece correcto casarme con una mujer cuyo corazón está ligado al de otro.” Bhishma y Satyavati se dieron cuenta de que tenía razón. Bhishma habló con Amba: “Ya has escogido esposo. No creemos que sea justo retenerte aquí. Te proveeré de una escolta apropiada. Eres libre de irte con Salva.”
Con el corazón rebosante de amor, Amba llegó al reino de Salva. Se dirigió al rey y le dijo: “Mírame, mi señor. En el swayamvara estaba a punto de coronarte con mi guirnalda, justo cuando Bhishma nos llevó a todas. Cuando llegamos a Hastinapura, le expliqué que ya te había elegido como esposo. El noble Bhishma me ha enviado a ti. Te ruego que me aceptes.” Salva prorrumpió en una carcajada diciendo: “¿Aceptarte? ¿Acaso piensas que soy un mendigo para aceptar regalos de mi enemigo? Devavrata te tomó por la mano derecha. Te ganó en batalla. Nos venció a todos. De acuerdo con el Dharma de los kshatriyas, el hombre que gana una joven en combate es su señor. Bhishma es ahora tu señor. El es tu esposo. Vuelve con él. Pídele que se case contigo. Yo no puedo aceptarte.”
Humillada y apenada, Amba volvió sobre sus pasos hacia Hastinapura y se detuvo en presencia de Bhishma. Las lágrimas fluían por su rostro. Al ver el estado de la joven, Bhishma se conmovió. Le dijo: “¿Qué te aqueja, bella doncella? Me sorprende verte aquí. Te envié con Salva. ¿Por qué has vuelto?” Amba le respondió: “Inútil ha sido mi viaje. Ahora soy más rica en el conocimiento del Dharmasastra. Salva me considera como una hermana. Dice que un hombre que gana una joven en la lucha es su legítimo esposo. Tú me tomaste por mi mano derecha, y me subiste a tu carro, y tras esto te batiste con todos los reyes allí presentes. He oído que tú eres quien debe casarse conmigo. Ahora no tengo con quien. Tú debes concederme la vida. ¡No permitas que mi femineidad se desperdicie! ¡Te lo ruego, cásate conmigo!”
Bhishma se llenó de compasión por la mujer que lloraba ante él. Su corazón se partió de la pena que sentía. No podía hablar, pues las lágrimas que no osaba ocultar lo ahogaban. Le apenaba que la vida de esta mujer hubiera quedado arruinada por causa suya. Le habló con dulzura, diciéndole: “Me duele el cariz que han tomado las cosas. No puedo casarme contigo. Sabes bien que he jurado ser brahmacharin mientras viva. ¿Cómo podría desposarte? Te ruego que abandones esa idea, pues no es posible. Si tan sólo me hubieras dicho en Kasi que ya habías elegido esposo, nada de esto hubiera sucedido. Pero no hay quien pueda controlar al destino. Jamás podrás ser mi esposa. Intenta regresar con Salva y persuádelo de que te despose. No puedo ayudarte a salir de esta dificultad. Si las cosas hubieran sido diferentes, lo habría hecho. Pero obligado como estoy por mi terrible juramento, no puedo ayudarte de la forma que me pides.” Y dicho esto, salió de su presencia.
La pobre y desafortunada Amba pasó así seis infructuosos años. Con el corazón lleno de odio hacia Bhishma, que era la causa de su infelicidad, se fue al bosque. Allí se encontró con varios ascetas. Les contó la historia de su vida, expresándoles su deseo de quedarse con ellos y hacer penitencia. Ellos pusieron muchos reparos. No querían entre ellos a una mujer joven y soltera. No sabían que hacer. Para alivio de todos, acertó a pasar por la ermita el gran Hotravahana, abuelo de Amba. Se enteró de su tragedia. Le dirigió palabras de consuelo, diciéndole: “El gran Bhargava es un gran amigo mío. Bhargava es el guru de Bhishma. Le ordenará a su discípulo que le obedezca. El logrará que Bhishma se case contigo. Bhishma no puede desobedecer a su guru.”
Algunos días más tarde, llegó al bosque Bhagavan Bhargava. Hotravahana le relató la patética historia de Amba. El gran sabio se condolió con ella y le dijo: “Ten por cierto que hablaré de esto con Bhishma. Si le pido que se case contigo, seguramente me obedecerá.” Mandó a buscar a su amado discípulo Bhishma. Al oír que su guru lo necesitaba, Bhishma fue rápidamente a su presencia. Cayó a sus pies diciéndole: “¿Qué es lo que deseas? ¿Por qué me hiciste llamar?” Bhargava lo hizo levantar y lo abrazó. Le dijo: “Hijo mío, quiero que ayudes a alguien que sufre. ¿Ves esta hermosa mujer?” Bhishma se dio vuelta, y reconoció a Amba. Le dijo: “La conozco, mi señor. Es una mujer a quien el destino ha defraudado. Ella deseaba casarse con Salva, pero él no ha querido aceptarla. Yo tampoco puedo, puesto que juré no casarme. Por eso ella ha tenido que salir de Hastinapura. Pero ¿qué tiene ella que ver con que me hayas llamado a tu presencia?” Bhargava le dijo: “Le he prometido que haría que te casaras con ella. Debes ayudarme a mantener la palabra que he dado. Tienes que desposarla.” Bhishma miró a su guru con ojos de dolor. Le dijo: “Mi señor, ya sabes el terrible voto que he pronunciado. No puedo casarme. Aunque seas tú quien me lo pida, no puedo desposarla.” Bhargava intentó de todas las maneras posibles convencer a Bhishma de que era su deber obedecer el mandato de su guru. Pero no logró hacerlo cambiar de opinión, y Bhishma se mantuvo firme. Bhargava se enfureció con él y le dijo: “Te maldeciré, o te batirás a duelo conmigo.” Bhishma estaba frente a un dilema. El amaba a su guru. No deseaba ser maldecido por Bhargava. Esta era una alternativa espantosa. El tuvo que elegir. Prefería pelear. Le dijo: “Mi señor, sabes cuánto te amo. Me pides que combata contra ti. Prefiero hacerlo. No quiero que me maldigas; al menos no tú, que me amas.”
Entre los dos se trabó un terrible combate. Hasta los propios señores del cielo lo vinieron a ver. Durante días y noches se prolongó la lucha, sin que menguara el valor de ninguno de ellos. El último día de la lucha, Bhishma había decidido lanzar el astra Praswaapa. Esto significaba la destrucción del mundo. Los dioses dirigidos por Narada y Rudra, intervinieron diciendo: “Bhishma, cesa ya esta lucha. No lances el astra. No eres la persona que debe destruir el mundo. Otro es quien tiene que hacerlo.” Lo convencieron de que tenía que ser el primero en retirarse del combate, puesto que sería un insulto para su guru obligarlo a ser el primero en abandonar la pelea. Bhishma estuvo de acuerdo, y el duelo concluyó. Bhargava abrazó a su discípulo y le dijo: “Eres el más grande de todos los combatientes. No he podido vencerte.” Se dirigió luego a Amba y le dijo: “Hija mía, has visto que lo he intentado lo mejor que pude. No puedo trastocar la resolución de Bhishma. No se apartará del camino de la Verdad. Por favor, vete; tu deseo no ha de cumplirse.”
artista: Rabi Behera |
CAPITULO 6
LA SED DE VENGANZA DE AMBA
Amba abandonó aquel bosque y se fue a otra parte. Realizó allí terribles penitencias, negándose incluso las necesidades mínimas. Shanmukha, el hijo del Señor Sankara, quedó complacido con ella. El se le presentó. Le obsequió una guirnalda de lotos siempre lozanos, y le dijo: “Hija mía, lleva contigo esta guirnalda. La persona que la cuelgue de su cuello será el que mate a Bhishma.” Contenta consigo misma y con el regalo de Shanmukha, Amba partió en busca de venganza.
Amba acudió a todos los poderosos reyes de la tierra tratando de persuadirlos de que abrazaran su causa. Todos se negaron. De nada sirvió que ella asegurara que la guirnalda, por ser regalo de un dios, era signo de éxito seguro. Bhishma era una personalidad tan poderosa que no había kshatriya que osara oponérsele y ser su enemigo. Amba se dirigió a la corte de Drupada, el rey de los Panchalas. Ella le expuso los hechos, y le pidió que la ayudara. El, después de oírla, le dijo: “Lamento enormemente ver tu pena. Si no se tratara de Bhishma, y fuera cualquier otro, yo habría combatido por tu causa. Pero Bhishma es un caso aparte. El es un hombre justo. No hallo ninguna causa por la que pelear contra él. No sólo es poderoso; además es bueno. Lo siento, pero tengo que rehusarte el pedido que me haces.”
Amba estaba desesperada. Arrojó la guirnalda alrededor de un pilar del gran salón de Drupada. El rey estaba consternado. Todos tenían miedo de Bhishma. Drupada se ofendió ante la acción impulsiva de Amba. Ella abandonó su salón hecha una furia. La guirnalda quedó allí, sobre el pilar. Nadie se animó a tocarla, y se la custodió con todo cuidado.
De nuevo fue Amba al bosque. Reanudó sus penitencias. Su corazón sólo tenía sitio para una emoción: el odio, odio hacia Bhishma. Odiaba a Bhishma, y su único deseo era verlo muerto. Así siguió un largo tiempo con sus penitencias. Finalmente se le apareció el Señor Sankara y le dijo: “No sufras, hija mía. En tu próximo nacimiento tú misma matarás a Bhishma.” Pero Amba estaba impaciente. Le dijo: “En mi próximo nacimiento, no me acordaré de mi odio. Tal vez logre matarlo. Pero no podré saborear el gusto de la venganza. Tengo que matarlo ahora.” Sankara sonrió y le dijo: “No te preocupes. En tu próximo nacimiento tendrás memoria de todos y cada uno de los incidentes de esta vida. Nacerás como la hija del rey de los Panchalas, Drupada. Al principio serás mujer. Luego te convertirás en hombre. Te aseguro que tendrás tu venganza. Ciertamente matarás a tu enemigo, Bhishma.”
Amba erigió una enorme pira, y se arrojó en ella. Posteriormente, nació como hija de Drupada. Un día, mientras jugaba en el salón del rey, Amba vio la guirnalda de lotos colgada del pilar. La bajó y se la colgó al cuello. Cuando Drupada lo supo, llegó corriendo. Lo invadió el miedo y la consternación al ver que ella se había atrevido a hacer una cosa semejante. Amba sonrió serenamente a su padre, y le dijo: “No te sorprendas tanto, padre. He nacido como tu hija con el único propósito de vestir esta guirnalda. Puedes vivir en paz, y dejar el resto en mis manos.”
Su nombre fue Sikhandi. Drona fue quien la educó, pensando como todo el mundo que se trataba de un varón. Pasaron los años. Por la gracia de un Yaksha, Amba cambió su sexo y se convirtió en hombre. Creció en la casa de Drupada, mientras el odio hacia Bhishma ardía en su corazón como una antorcha siempre encendida.
Fuente: "El Mahabharata" versión abreviada de Kamala Subrahmanyam
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