Capítulo II
EL ESTUDIO DE LOS CUATRO CUERPOS A LA BÚSQUEDA DEL “YO”
¿Quién es este “Yo”?
Había una vez un hombre, llamado Gomaji Ganesh, que vivía en el pueblo de Andheri (obscuridad). Aunque era de condición modesta, estableció una ley en la corte de justicia estipulando que ninguna orden o documento sería legal si no llevaba el sello de “la Puerta de Cobre”. Los agentes administrativos de la ciudad solo aceptaban los documentos que llevaban el sello de Gomaji Ganesh. Estableciéndose su uso totalmente, el procedimiento se aplicó en Andheri durante años sin que nadie se preguntara quién era ese Gomaji Ganesh.
Pero un día, un documento importante, que no llevaba el sello, fue citado como prueba en un asunto de la Corte y aunque era legal en los demás requisitos, se rechazó de considerarlo como prueba porque no tenía el sello de Gomaji Ganesh, “la Puerta de Cobre”. Uno de los demandantes tuvo el coraje de defender ante el juez la validez del documento ya que llevaba las firmas de administradores importantes del gobierno del lugar. Este preguntó: “¿Por qué se rechaza este documento, si por otro lado es perfectamente legal? ¿Es necesario, además, que lleve el sello de Gomaji Ganesh?” Puso así en cuestión, incluso, la legalidad del sello, que entonces se volvió un objeto de contestación. Hasta ese día, nadie se había atrevido a plantear ese problema. Se decidió, pues, esclarecer este punto.
Curioso de saber cual era el origen del sello, el juez se ocupó de las investigaciones. Ellas revelaron, que un simple ciudadano había aprovechado la mala administración del gobierno, para imponer su propio sello y que después todos los administradores del gobierno habían continuado usándolo ciegamente. De hecho, Gomaji Ganesh era un hombre sin importancia, sin ningún cargo de responsabilidad.
No es necesario decir hasta que punto fue ridiculizado el sello desde el día en que la Corte decidió suprimirlo.
De la misma manera deberemos averiguar quién es ese “yo” y cómo ejerce su dominio sobre todo con el “yo” y el “mío”, igual que el Gomaji de la historia.
En general, cuando dos personas se pelean, una tercera se aprovecha o si dos elementos se asocian, esto produce un tercer elemento. Si tomamos, por ejemplo, una guirnalda hecha de hilo y de flores, solo vemos la guirnalda y olvidamos de lo que está compuesta: el hilo y las flores desaparecen. Si mezclamos la tierra y el agua, estos dos elementos desaparecen y aparece el barro como el “yo”. El albañil utiliza piedras y tierra para construir un muro, pero ya no vemos estos elementos cuando miramos el muro. Estos ejemplos nos ayudan a comprender cómo el contacto entre la consciencia y la ignorancia hace aparecer esta cosa tan extraña llamada “intelecto” y cómo de este contacto surge el mundo.
El contacto entre el orfebre y el oro produce la joya y nosotros no vemos más que la joya, el oro y el orfebre son olvidados. Quien quisiera ver si hay una joya en el oro, no vería más que oro. Si se le pidiese a alguien que trajese una joya de oro sin tocar el oro, ¿qué podría traer? El objeto llamado joya desaparece simplemente sin dejar rastro.
De la misma manera, el encuentro entre Brahman y Maya (ilusión cósmica) da nacimiento a este usurpador “yo” que repite orgullosamente “yo, yo” y elimina el Brahman y Maya. Este hijo de mujer estéril (Maya o ilusión) no tiene una existencia real, pero intenta establecer constantemente su soberanía en el mundo entero, y si observamos a sus “padres”, está claro que les es imposible el tener tal descendencia: la madre del niño es Maya (que es nada), ella no existe. Este “yo” nacido en el seno de Maya es, según dicen, producido por el espíritu, ¡pero este espíritu, de género neutro, no reivindica la facultad de actuar! El lector puede imaginarse, pues, la pretensión de este “yo”.
Como acabamos de ver, la existencia del “yo” se queda en la mera palabra y por tanto al ejemplo de Gomaji Ganesh, grita su nombre por todos lados y proclama “yo soy sabio”, “yo soy grande” o “yo soy pequeño”, y mientras hace esto, aquél que habla se ha olvidado de donde viene. Se glorifica como “yo”, y aunque esta gloria sea merecida, se parece a un gato que bebe leche con los ojos cerrados, sin darse cuenta que alguien está a punto de darle un bastonazo en el lomo, pues desde que acepta una opción o un privilegio, también debe de aceptar la responsabilidad implícita. Cuando declaro que he realizado cierto acto, debo asumir el resultado de este.
En realidad, el “yo” no existe. El acto de hacer(o sea la fuerza de impulsión que subentiende el “yo”) está contenido en Brahma(el Creador), pero Braman(el principio unitario de todo ser) es tan astuto que en el momento que se da cuenta que, delante de él, hay un jactancioso que se enorgullece de sus actos, Él rechaza toda responsabilidad sobre este “yo”, permaneciendo desapegado, y este pobre “yo” queda sometido al ciclo de nacimiento y de muerte.
En el ejemplo precedente de la guirnalda, después de olvidar los nombres “flores” e “hilo”, si la guirnalda se marchita, no se dicen que las flores se marchitan, sino que la guirnalda se marchita y si se rompe el hilo, es la guirnalda la que se rompe. Una tercera cosa se crea a partir de los objetos de origen y esta tercera cosa asume toda la responsabilidad. De la misma manera una serie de desgracias golpea a este “yo” inexistente y si queremos liberarnos de este sufrimiento, es necesario abandonar este “yo”.
Busquemos primero dónde se encuentra exactamente y una vez que lo hayamos encontrado, entonces podremos ver cómo lo abandonamos. Cada uno debe comenzar su búsqueda en sí mismo, pues este “yo” no puede encontrarse en nuestro exterior. Este ego, este sentido de posesión, está presente en todo ser humano y toda acción en el mundo está movida por esta fuerza. Esto es aceptado por todos, mientras que cualquier acción puede ser realizada sin que ni siquiera exista el sentido del ego o del “mío”. ¿Cómo es posible esto? Eso lo veremos después, por ahora estamos estudiando el sentido del “yo” y del “mío”. Con el fin de cercar este “yo”, vamos a estudiar primero este cuerpo físico al cual queremos tanto.
¿Qué es un cuerpo?
Es un conjunto de elementos como las manos, los pies, la boca, la nariz, las orejas, los ojos étc. Es al conjunto de todos estos elementos a lo que llamamos cuerpo. ¿El “yo” está en uno de estos elementos? Si, por ejemplo, decimos: “el yo, es la mano”, si nos cortan la mano, nadie dirá “yo he sido cortado o yo he sido lanzado”, sino más bien: “me he cortado la mano”. No obstante hablamos de todas estas partes como que son “mías” y el cuerpo mismo, que está constituido por todos estos elementos, también declaramos que es “mío”. De esto deducimos que aquél, que dice poseer estos miembros y este cuerpo, es verdaderamente el dueño y que, en realidad, es diferente de este cuerpo que afirma que es suyo. El “Yo” no es ningún elemento del cuerpo físico, sino que es todos los “míos”.
Ahora si seguimos el razonamiento, podemos decir que, si el “yo” no existe, no hay nada que pueda ser llamado “mío”, este cuerpo y estos miembros, por tanto, no pueden pertenecerme. Así pues, ya que no podemos encontrar el “yo” en ninguna parte en el cuerpo, ¿cómo podremos decir que los miembros de este cuerpo y sus tendencias nos pertenecen? Pero si persistís en decir que es vuestro cuerpo, pensad en los resultados de esta apropiación o ¿de qué os sirve pensar tan cortito? Todos los días vemos la condición de los hombres que se identifican con su cuerpo y actúan en consecuencia.
El hombre ha olvidado su origen y no ha comprendido quién era. Por esto renace en toda clase de especies: a veces en la forma de una lombriz expulsada en las heces, a veces en la de un buey que trabaja bajo un yugo haciendo girar una máquina de hacer aceite, a veces en la de un asno sometido a penosas tareas, chapoteando en el lodo. Casi es imposible describir todas las desgracias que ha tenido que soportar. Solo después de haber nacido en todas las otras especies, se nace, por fin, ser humano. Este nacimiento está orientado hacia el intelecto para que el hombre conozca a Dios, el Ser Ultimo. Pero observamos este ser humano, es igual que un personaje de carnaval llamado “Shimga”: su cara ha sido embadurnada con pintura negra, el cuerpo vestido de harapos, su cuello adornado con un collar de zapatos. Alguien sostiene sobre su cabeza un paraguas, y este personaje avanza a lomo de un asno en medio de una ruidosa procesión por la calle. Orgulloso de ser el centro de atracción de un espectáculo tan denigrante, esta divinidad saluda a la gente en la calle.
El cuerpo físico del hombre es, igualmente, un extraño elemento de este espectáculo efímero. Toda la belleza de la cara se concentra, según dicen, en la nariz y los ojos. Una bonita nariz, unos bonitos ojos conforman la belleza de un hombre o una mujer. Sin embargo, la nariz no es otra cosa que un tubo de desagüe nasal, la boca es una escupidera de saliva y de mocos y el estómago es parecido a las cloacas municipales. El cuerpo recibe toda clase de nombres respetables, mientras que no es más que una mezcla de huesos, de carne y de sangre.
La meta divina (Paramatman) es la de despertar al ser humano sirviéndose de su cuerpo para disminuir su orgullo, y luego suscita en él un fuerte deseo de conseguir la felicidad. A pesar de eso, el hombre considera el cuerpo como un regalo maravilloso y utiliza un florido lenguaje para elogiarlo. La nariz, ese tubo de mocos, es comparada a la flor de Champaka, los ojos, esos depósitos de secreción, son llamados ojos de loto. La cara, donde la boca sirve de escupidera, es llamada cara de luna; ¡los brazos y las piernas, torcidos como ramas de árboles, son comparados con flores de loto! El ser humano considera esta actitud como una gran victoria y se exhibe sin ningún pudor.
A pesar de todo, el Gran Señor ha dotado a este personaje, a este “Shimga” con una cosa maravillosa que se llama intelecto, que ninguna otra especie tiene. La finalidad de este regalo es la de hacerle comprender la Verdad Última, el Si, y poner fin a este espectáculo envilecedor. Pero el hombre no sabe utilizar su intelecto, confunde el arroyo con el Ganges y el cuerpo con Dios. Su cuerpo es el objeto de todas sus atenciones, pues lo considera como su “yo”. Cuando encuentra a una mujer, no duda en declararse propietario y deposita en ella todo el sentido de propiedad. Numerosos son los niños que nacen de ese contacto entre “yo” y “mío”, toda una familia viene al mundo, pero un día el hogar se rompe y el pobre hombre es aniquilado. Shrî Samartha Ramdas escribió su historia en el libro “Dasbodh”, se recomienda vivamente su lectura.
El “yo” no ha podido ser descubierto en ninguna parte del cuerpo. Es, pues, evidente que el cuerpo no es el “yo”, ¿entonces a quién pertenece? ¿Quién es su propietario? Los cinco elementos (Pancha): la tierra, el agua, el fuego, el aire y el espacio, tienen derecho de propiedad sobre este cuerpo. Cuando el cuerpo se desintegra, cada uno de los cinco elementos toma su parte. El cuerpo está compuesto por los cinco elementos y las materias que constituyen esta envoltura han sido recuperadas por sus respectivos propietarios. Cuando ha sido absorbido por los cinco principios de estos elementos, ya no queda nada que pueda llamarse cuerpo.
Así pues, “yo” no estoy en el cuerpo y el cuerpo no me pertenece. Este cuerpo no puede mantener la altivez del “yo” o del “ego” ni, por otro lado, de lo que le pueda afectar, nacimiento, muerte o pasiones. Todo esto no puede ser considerado como “mío”. El cuerpo puede ser el de un niño, el de un joven o el de un viejo, puede ser negro, blanco, bonito o feo. Puede caer enfermo, puede vagar sin meta o peregrinar a los lugares santos. Puede que se mantenga inmóvil en Samadhi. Todas estas actitudes, propiedades o modificaciones pertenecen al cuerpo, pero el “yo” está completamente separado de ellas. El análisis del cuerpo nos ha llevado a esta conclusión. El lindo bebé de otro no es nada para nosotros, comparado con nuestro rechoncho bebé de piel oscura, cara marcada y nariz sucia. Cuando muere el hijo de otro, tenemos menos pena que si perdemos nuestras viejas zapatillas. Es porque no compartimos el mismo sentido de propiedad respecto al otro. Cuando comprendemos que esta cosa particular no es “mía”, sino que pertenece a “otro”, poco a poco nos volvemos indiferentes a este “otro” y renunciamos a esa cosa. Este cuerpo no es mío, pertenece a los cinco elementos, se trata, pues, de una propiedad de otro. Si comprendemos eso, sea cual sea el estado del cuerpo no estaremos afectados por él.
Ahora dejemos este cuerpo y continuemos. Renunciar al cuerpo no significa que debamos tirarlo a un pozo o colgarlo de una cuerda, significa conocer lo que es en realidad. Cuando lo reconocemos por lo que es, el interés que sentíamos por él desaparece y la renunciación surge automáticamente. Si lo destruimos intencionadamente, el cuerpo nace y renace. La renunciación total al cuerpo se consigue únicamente a través de la discriminación. Esta renunciación, en lugar de ser una razón para renacer, libera al ser humano de todo renacimiento.
Hay cinco clases de disolución:
(1) Disolución cotidiana.
(2) Disolución por la muerte.
(3) Disolución de Brahma.
(4) Disolución del fin del mundo al final de un “Kalpa” (periodo cósmico).
(5) Disolución a través del pensamiento o de la discriminación.
Entre todas ellas, todos conocemos la disolución cotidiana que es el sueño profundo (sueño sin sueños). En el sueño profundo, el mundo entero, incluyendo nuestro cuerpo, se disuelve, pero al despertar el cuerpo y el mundo vuelven a estar presentes como antes y todas las acciones vuelven a comenzar.
La disolución después de la muerte es idéntica. Después de la muerte, al no tener conocimiento del Si, se debe de tomar un cuerpo según su Karma. En el nuevo cuerpo, las acciones como comer, dormir, tener miedo y emparejarse ocurren según las impresiones recibidas en las vidas precedentes.
Brahma Pralaya (disolución de Brahma) significa la disolución al final de la vida del Creador, el mismo Brahma, es decir, el fin de un mundo. Kalpa Pralaya es la disolución que tiene lugar después de un periodo cósmico en el que numerosos mundos han aparecido y desaparecido. Aquí, también, comienza un nuevo Kalpa y la creación, que durante un tiempo estaba latente, vuelve a comenzar con renovado vigor y todo se despliega de nuevo.
De esta forma la rueda continúa girando, acarreando nacimiento y muerte en momentos precisos. Las formas, por tanto, no pueden fundirse completamente en estas cuatro primeras disoluciones. La disolución a través del pensamiento discriminador es muy poderosa y por completo única. En este tipo de disolución, no solo el cuerpo se disuelve mientras que vive, sino que después de la muerte y de la disolución final no vuelve a renacer.
Supongamos que hay una serpiente de caucho tirada por el suelo. Mientras que ignoremos que se trata de un objeto de caucho, el miedo a la serpiente continuará aunque cerremos los ojos o sea encerrada en un cesto. Si intentamos hacer desaparecer la serpiente y es de nuevo lanzada bajo nuestros ojos, aún estaremos llenos de temor. Para intentar que la serpiente desaparezca de su vista, el hombre duerme con un sueño profundo, pero cuando se despierta, la serpiente aparece. Puede emborracharse o perder la consciencia bajo el efecto de un narcótico, pero la serpiente vuelve a tomar vida en cuanto el efecto del alcohol o del narcótico desaparece.
El ejemplo muestra que todas estas tentativas de suprimir el miedo a la serpiente no tienen más que un efecto temporal. ¿Cómo puede el hombre liberarse definitivamente de este miedo? Solo hay una manera: saber de una vez por todas que la serpiente es de caucho. Cuando sabemos eso, ya nunca más tendremos miedo, aunque veamos la serpiente o alguien la utilice para asustarnos. De igual manera, cuando el ser humano sabe lo que realmente es su cuerpo, la arrogancia y el sentido de posesión, que le apegaba a él, desaparecen y la renunciación se logra automáticamente. Es lo que se llama la disolución a través de la discriminación. El que muere sabiendo esto se libera del ciclo de nacimiento y muerte, pero es evidente, que quien muere sin haberlo reflexionado, muere para renacer de nuevo.
Así, gracias a la disolución a través de la discriminación, el objeto es percibido como algo insignificante, ya esté presente o ausente, mientras que en los otros tipos de disolución, el objeto se percibe siempre como existente, incluso cuando no es visto. Samartha Ramdas afirma de esta forma, que solo la discriminación permite al hombre realizarse.
Todavía no hemos encontrado el rastro del “yo”, aunque hayamos utilizado un método discriminador para estudiar el cuerpo. Ahora utilizaremos el mismo método para intentar encontrarlo dentro del cuerpo sutil y ver así, si este usurpador llamado “yo” se encuentra en él.
Primero veamos lo que es el cuerpo sutil. Este cuerpo contiene un alto comité compuesto por diecisiete miembros, los cinco sentidos utilizados para la acción, los cinco utilizados para adquirir conocimiento, los cinco soplos vitales (Pranas), el mental y el intelecto. Todas las ordenes de este comité son ejecutadas por los obreros del comité de trabajo, que constituye el cuerpo físico. El cuerpo sutil dirige de esta forma un dominio muy amplio y es posible que podamos detectar el “yo” en este cuerpo, pues está ávido de poder. Cuando comenzamos nuestra búsqueda, constatamos que, también aquí, este “yo” ha puesto su sello “mío”. Todo lo que encontramos en él, también es llamado “mis” sentidos, “mis” Pranas, “mi” intelecto. Sin embargo, no escuchamos en él “yo soy el intelecto”. Aquí también el “yo” se pavonea de ser el propietario, pero él permanece invisible.
Así, según el principio: “no puede haber nada que llame mío allí donde “yo” no estoy presente”. El cuerpo sutil o sus miembros: los sentidos, los Pranas, el mental o el intelecto, no pueden ser “yo”. Sin embargo, hay una objeción a este principio: “allí donde yo no estoy, no hay nada que llame mío”. Por ejemplo, el rey Georges V no está presente en Sholapur, pero ¿quiere decir eso que Sholapur no le pertenece? Existe, en efecto, un hombre llamado Georges V y sus propiedades pueden situarse en diferentes lugares donde él no vive. Sin embargo, este “yo” es una no-entidad y por tanto, igual que Gomaji Ganesh del pueblo de Andheri, imperio de la ignorancia, pretende ser él quien manda aquí. El “yo” que no existe no puede encontrarse allá, entonces ¿cómo permanecerá el sentido de posesión en el cuerpo sutil?
El cuerpo sutil es como una envoltura fina y sedosa de cinco principios. Aunque sea difícil deshacer un nudo de seda a través del pensamiento, debemos esforzarnos en deshacerlo. Cuando se han deshecho los lazos, la renuncia a este cuerpo se efectúa automáticamente. El cuerpo sutil, que de la naturaleza del deseo, es la semilla del nacimiento y de la muerte, pero si esta semilla es pasada por el fuego del conocimiento, aunque parezca intacta, ya no podrá germinar.
En este grado puede surgir una duda: si se renuncia al cuerpo sutil y al cuerpo físico, y si el sentido del “yo” y del “mío” desaparecen también, podríamos volvernos inactivos o faltarnos eficacia en la acción. Podemos disipar esta duda. Supongamos que alguien encierra con llave un objeto pensando que es de oro, el día que se da cuenta que es de cobre, puede decidir, indiferentemente, dejarlo en el cofre o sacarlo de él, pues el apego al objeto ha desaparecido. No perderemos nada si el apego al cuerpo desaparece. El discípulo que alcanza este nivel de convicción y conoce el éxtasis de Brahmananda (el gozo divino) no se preocupa por su cuerpo. Un día el santo Kabir fue mordido en la pantorrilla por un perro, él simplemente dijo: ¡o el perro sabe, o la carne sabe, todo es posible! ¿Qué podían pensar la gente al escuchar eso? El discípulo puede imaginarse qué grado de renuncia ha podido alcanzar el santo Kabir. Aunque esto sucedió a Kabir o a Toukaram (cuando perdió todos los suyos), la experiencia de tal éxtasis, quizás, no os sea otorgada y si la gracia divina os la concede, puede que digáis: “¿Qué vale el mundo después de todo?” Y nunca haréis preguntas inútiles del género: “¿Será mantenida mi casa como debe de ser mantenida?”. Más bien diréis con indiferencia: “Lo que debe de suceder sucede”.
Sin embargo, el discípulo que no tiene más que una comprensión intelectual (lo cual es más fácil que tener la experiencia del Sí), puede preguntarse: “¿Se pueden realizar los deberes del mundo cuando se ha alcanzado el conocimiento de sí mismo y cuando se ha abandonado el sentido de posesión del cuerpo y del mental?”. Para tranquilizarlo, el Maestro le responde: “Querido discípulo, después de haber percibido la futilidad del cuerpo y del mental, se puede tener un hogar e hijos sin introducir en ellos el ego. Podemos ocuparnos muy bien del hogar y realizar con diligencia todas las tareas necesarias que efectuábamos antes”.
Por ejemplo, mirad como se comporta la nodriza de un pequeño huérfano. Ella lo alimenta, lo pasea, lo consuela cuando llora y lo cura cuando está enfermo, exactamente igual que si fuera su madre. Si ella ama al niño, lo abraza incluso con amor. Ella hace su trabajo sin ni siquiera tener la impresión de que el niño no es el suyo. Pero si el tutor del niño, a pesar de todo lo que ella hace por este, la despacha, ella hace sus maletas enseguida y abandona la casa. En el momento de marcharse, poco le importa si el niño engorda o muere de una enfermedad cualquiera, pues ella no tiene ningún sentido de propiedad sobre él, pero tampoco se puede decir que ella no haya hecho bien su faena.
Pongamos otro ejemplo: el de un administrador que controla la propiedad de una persona menor. Su sentido del “yo” o del “mío” no interviene en su gestión, no obstante, esta es eficaz. Poco le importa que la justicia decida que la propiedad ya no pertenece al menor, sino a otro, pues el único deber del administrador es la de regir la propiedad mientras que esté bajo su responsabilidad.
Por tanto, para realizar debidamente las tareas, no es necesario que quién las efectúa haga intervenir el sentido de la posesión. Y en esto está incluido el cuerpo físico y el cuerpo sutil. Ellos constituyen una envoltura que pertenece a los cinco elementos y que es confiada al ser humano para que se cuide de ella. Igual que un administrador, debéis de cuidar de vuestra envoltura corporal lo mejor posible. Si no cumplís con vuestra responsabilidad, sufriréis las consecuencias y la salud de vuestro cuerpo y de vuestro espíritu se resentirá. El administrador y la nodriza abandonan sus tareas respectivas cuando deben de hacerlo y son pagados después, y si vosotros os cuidáis de vuestro cuerpo y vuestro espíritu, obtendréis el gozo de igual forma. Un cuerpo sano es útil en el camino espiritual, pero esta atención debe de efectuarse, sin embargo, sin el sentimiento de posesión. Que el cuerpo sea gordo o delgado, que viva o que muera, no aporta ni gozo ni pena a aquél que adopta esta actitud.
Si el administrador de la propiedad del menor quiere apropiarse de esos bienes, que no le pertenecen, estafando al dueño, acabará por ser descubierto y deberá ir a prisión si no se suicida. En este caso, la identificación con el cuerpo quiere decir olvido del Si o ahogo del Si. La esperanza de la liberación se aleja si nos apegamos a la idea de que el cuerpo es el Si.
Sin duda, que a través de la exposición que hemos hecho, habéis comprendido que las obligaciones y las acciones corrientes del cuerpo y del mental deben de ser realizadas debidamente y que no es necesario apropiarse del uno o del otro. El administrador, como la nodriza, cumplen con sus obligaciones de una forma completamente normal sin tener el sentido de posesión. De la misma manera, los deberes de un ser humano pueden ser efectuados sin mantener un sentimiento de posesión.
El cuerpo causal
Supongamos que perdemos el sentido de posesión del cuerpo físico y del cuerpo síquico y admitimos que la envoltura pertenece a un extraño, pero aún no conocemos la respuesta a la cuestión “¿Quién soy yo?” o “¿Dónde estoy?”. Prosigamos, pues, nuestra búsqueda analizando el cuerpo causal.
¿Qué ocurre? En el momento que penetramos en él nos encontramos en la obscuridad más completa. ¿Es posible que ese “yo” resida en este vacío? Parece claro que este sea su cuartel general y hay una cierta esperanza de encontrarlo aquí. ¡Vamos a intentarlo!
El “yo” parece haber renunciado a su sentido de posesión, ya que no hay nada que pueda llamar “mío” en este lugar. Reina la más total tranquilidad. El “yo” que gritaba ruidosamente: “Yo, yo” en los otros dos cuerpos aparece aquí totalmente silencioso. Se diría que juega al escondite para no dejarse sorprender por quién lo busca. Parece que se atrinchera en la obscuridad dispuesto a desanimar al buscador para forzarlo a abandonar su búsqueda.
“Queridos discípulos, no temáis. El Maestro está allí dispuesto a guiaros con paso seguro en la obscuridad”. Numerosos son los eruditos que han dado media vuelta en este punto, abandonando así su búsqueda, pero vosotros no debéis de temer nada, pues vuestro guía es un “Samartha Sadguru”, es decir un Maestro todo poderoso, digno de confianza.
Después de permanecer cierto tiempo en la obscuridad, ahora os habéis estabilizado en ese estado. De repente, escucháis una voz que surge dulcemente: “Yo soy el testigo de este vacío”, entonces, vuestro ánimo crece instantáneamente, igual que la esperanza de atrapar al ladrón que está aquí, en alguna parte. El está aquí, más cerca o más lejos, pero está aquí, testigo del vacío. La búsqueda consiste ahora en observar con vigilancia y veremos como conseguirlo en nuestra próxima etapa.
El “yo” observa desde el Mahakarana o cuerpo supra-causal, mucho más allá del cuerpo causal. ¡Eso es comprendido instantáneamente y el “yo” es tan feliz de encontrarse a sí mismo! ¿Quién puede describir esta alegría? Es en esta felicidad donde el “yo” clama “Pradnyananam Brahma”, “Aham Brahmasmi”, yo soy el Brahman, la esencia de todo.
El Brahman
Aquél que dice “yo” es el “Brahman omnipresente” cuya naturaleza es la consciencia “yo soy”, y es desbordante de felicidad. Cuándo se establece esta certidumbre, afluyen ondas de gozo y cuando esta felicidad disminuye, ¡mirad el milagro que se produce! Después de una madura reflexión, comprendo que yo no soy ni siquiera de la naturaleza de la consciencia/conocimiento y, igual que me envuelve la ignorancia y la consciencia me recubre, yo no he nacido con la ignorancia o la consciencia. Ellas han llegado cuando el “yo” se ha vuelto “yo” y este orden sucesivo parece mostrar que es el “yo” quién las ha creado. Esta consciencia es, pues, mi hija y “yo” soy su padre y como tal soy otro que esta consciencia.
Después de estas reflexiones, “Aham Brahmasmi” del cuerpo supra-causal comienza, también, a disminuir y acaba incluso por desaparecer. Estaba absolutamente desnudo, eso es seguro. No podemos describir quién este “yo”, ni como es él. Si queréis una descripción del “yo” que se encuentra aquí, podéis pronunciar cualquier palabra del diccionario y yo diría “No es esto, no es eso”, sino que es lo que ilumina esto y eso. Si no comprendéis, olvidad las palabras y abismaros en el silencio profundo con el fin de encontrar quién es “yo soy”.
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