CAPITULO 8
LA LLEGADA DE VYASA
Bhishma estaba apenado por la infelicidad que ella sentía. Compadeciéndose de ella, le dijo: “Madre, ya que un heredero significa tanto para ti, voy a sugerirte algo. Dicen que cuando un noble linaje amenaza extinguirse, puede ser revivido por un hijo nacido de un noble brahmín. Así fue como muchas familias reales fueron continuadas cuando mi guru Bhargava destruyó a todos los kshatriyas. Si se te ocurre de algún brahmín digno, podemos solicitarle que le dé un heredero al trono. Ya se hizo antes. Esta es una costumbre que ganó la aprobación de los grandes rishis.” La pobre Satyavati, tuvo que contentarse con esto. Estaba ofendida con Bhishma, porque no era posible un descendiente verdadero de la Casa de los Kuru. Tras largas dudas, Satyavati le relató a Bhishma un acontecimiento que había sucedido hacía mucho tiempo, antes de su casamiento con Santanu, ella había tenido un hijo con el gran rishi Parashara. Este hijo era Vyasa. Ella dijo que lo mandaría a llamar. Bhishma estuvo de acuerdo con la propuesta.
Satyavati pensó en su primogénito. Vyasa acudió de inmediato a su presencia. Ella le dio la bienvenida, y le explicó todo. El le dijo: “Tú eres mi madre, la mujer que me ha dado la vida. Haré lo que sea que me ordenes.” Pensó un poco y luego añadió: “Deseo concederte el deseo de tu corazón. Trataré de complacerte. Yo tomaré las esposas de Vichitravirya. Pero es asunto tuyo lograr que ellas me reciban bien. No deben asustarse de mi apariencia ni de mi rostro oscuro.” Satyavati accedió a hablar con las jóvenes. Se dirigió primero a Ambika y le explicó las circunstancias, que su deber era tener un hijo para la gran Casa de los Kurus, y que tenía que recibir al rishi de manera apropiada. Ambika accedió a hacer lo que se le ordenaba. No tenía otra opción.
Era una noche oscura. Ambika esperaba en su habitación la venida del sabio Vyasa. Ella lo vio. Tan repelente y terrible le resultó la apariencia del sabio, que el horror y el rechazo invadieron a la pobre muchacha ante este hombre feísimo. Pero tenía que pasar la espantosa noche. Ella cerró apretadamente los ojos y no respondió a los avances de Vyasa. Por fin terminó aquella noche de tortura. Satyavati esperaba ansiosamente a Vyasa. El le dijo que de Ambika nacería un hijo fuerte y poderoso. Pero como ella había cerrado los ojos durante toda la noche por el miedo que le daba verlo, el niño nacería ciego. Satyavati se disgustó muchísimo. Trató ásperamente a su nuera. Pero no servía de nada llorar sobre algo que ya había ocurrido. Le pidió pues a Vyasa que le diera un hijo a la otra joven, Ambalika. Vyasa estuvo de acuerdo.
Ambalika estaba igualmente asustada del rishi. Su sangre se le heló en las venas cuando lo vio. Su cuerpo palideció de miedo y repulsión. Pasó la noche. A la mañana siguiente Vyasa le predijo a Satyavati que su nuera daría a luz un niño hermoso y de dulce naturaleza. Pero agregó que sería tan blanco como su madre en el momento en que fue concebido. La pobre Satyavati no sabía más que hacer. “Hijo mío,” le dijo, “estas niñas se han comportado estúpidamente. Por favor, perdónalas por amor a mí. Después de que nazca su hijo, debes visitar una vez más a Ambika. Mientras tanto, yo la reprenderé. Te pido que lo hagas por mí.” “Así sea”, dijo Vyasa y se fue de Hastinapura.
A su debido tiempo, nacieron los dos niños. Uno era ciego, y el otro blanco. Se los llamó Dhritarashtra y Pandu. Los nombres fueron sugeridos por el propio Vyasa. Satyavati pensó que había llegado el momento de que Vyasa volviera a visitar a Ambika. Le reprochó a su nuera su anterior error y le dijo que por su culpa el niño había nacido ciego. Le dijo a Ambika que el rishi vendría a ella esa misma noche.
Ambika no podía pensar en Vyasa sin horrorizarse. Decidió que esa noche enviaría a su doncella al rishi. Vyasa recibió a la doncella. Ella estuvo tan atenta a los menores deseos del rishi que Vyasa quedó enormemente complacido con ella. Por la mañana, le dijo a Satyavati que nacería un niño sabio y bueno: que sería encarnación del señor del Dharma. El gozo de Satyavati fue enorme. “Pero”, dijo Vyasa, “la madre del niño no será tu nuera. Anoche me envió a su doncella, y es el buen destino de esta doncella parir al mejor de mis hijos. Hice lo más que pude por ayudarte. Pero a pesar de todo no ha resultado un gran éxito. En lo que a mí respecta, no me pidas más favores. Para un hombre que ha apartado su rostro de todos los lazos terrenales, no es correcto tomar mujer más de tres veces. Yo estuve de acuerdo con hacerlo, porque tú, mi propia madre, me lo ordenaste. Por favor, no vuelvas a llamarme.” Con estas palabras de despedida, el gran Vyasa regresó a los nevados picos del Himalaya, a seguir con sus austeridades.
CAPITULO 9
LAS NUPCIAS DE PANDU Y DHRITARASHTRA
Los tres muchachos eran más que hijos para su tío Bhishma. Este les enseñó todo lo que se consideraba esencial en un príncipe kshatriya. Dhritarashtra, el mayor, estaba dotado de una fuerza inusual. Pandu resultó ser especialmente hábil en el manejo del arco. Vidura era el más inteligente de los tres. Finalmente, completaron su educación. Bhishma nombró yuvaraja a Dhritarashtra. Pandu, por ser experto en el manejo de las armas fue nombrado comandante del ejército. A Vidura se lo entrenó como ministro del rey. Como era ciego, Dhritarashtra no podía gobernar el reino. Pandu lo gobernaba en su nombre, con asistencia de Vidura.
Los tres muchachos llegaron a la juventud. La preocupación inmediata de Bhishma fue entonces buscarles esposas. Supo que Subala, el rey de Gandhara, tenía una hija con la reputación de ser una mujer hermosa, y además muy piadosa. Era famosa en todo el mundo por su devoción a Sankara. La hija del rey de Madra Desha era notablemente bella y gentil. Bhishma lo consultó a Vidura sobre ellas. Le dijo: “Estas dos princesas parecen adecuadas para ser reinas de nuestros jóvenes caudillos. No hay otros reyes que nos igualen en posición. Sólo estos dos reyes tienen una buena herencia. Las hijas de estos dos reyes pueden ser esposas de los príncipes Kurus. Vidura respondió: “Tú eres todo para nosotros, nuestro padre, madre, y guru. Lo que decidas para nosotros no puede ser mejor.”
Bhishma le envió un mensaje al rey de Gandhara. Este al principio se resistía, porque el príncipe Dhritarashtra era ciego. Pero Gandhari, la hija del rey le aseguró que no tenía reparos en casarse con el príncipe Kuru. Su próxima acción fue un hecho mayúsculo de autonegación. Ella estaba convencida de que no debía ser mejor que su señor en ningún aspecto. Buscó una franja de seda y se vendó los ojos, negándose a ver el mundo que su esposo no podía ver. El rey Subala envió a su hija hacia Hastinapura acompañada de su hijo Sakuni. El casamiento se celebró en la ciudad capital y tras la boda de su hermana, Sakuni volvió a Gandhara.
El rey de Madra celebró un swayamvara para su hija, y ésta eligió a Pandu como esposo. Pandu eclipsó con la belleza de su persona y su noble aspecto a todos los otros pretendientes. A Bhishma le agradó muchísimo la idea de que tan maravillosas desposadas fueran las reinas de la gran Casa de los Kuru.
CAPÍTULO 10
NACIDO DEL SOL
En una ocasión, el sabio Durvasa llegó a la capital de Kuntibhoja. ¡El era famoso en todo el mundo por sus austeridades y también por su mal genio! Quiso quedarse unos días con el rey Kuntibhoja. Kunti fue designada por su padre para atender las necesidades del sabio. Ante la difícil tarea que le había sido confiada, Kunti se comportó admirablemente. Por cierto que el sabio estaba tan complacido con ella, que decidió otorgarle un don. La hizo llamar a su presencia, y le dijo que iba a enseñarle un encantamiento. Si ella lo recitaba, haría que cualquier deva en el que ella pensara viniera. Ella recibió el regalo con la humildad apropiada a la hija de un rey. Durvasa partió.
La niña, que todavía no llegaba a la doncellez, no entendió lo que le quiso decir Durvasa cuando le explicó que el deva al que invocara vendría a ella. Ella estaba excitada como un niño con un juguete nuevo. Era de mañana, temprano. Por la ventana oriental, se veía asomarse el sol. Todo el oriente estaba luminoso con el color del oro fundido. Las aguas del río lamían las paredes del palacio. Era una escena inolvidable. El sol, y sus suaves rayos impregnados de la frescura de la aurora, y el hermoso río con su trayecto iluminado por los rojos y dorados del sol naciente. La escena conmovió el corazón de la niña. Ella quedó absorbida en la contemplación de esta belleza. El sol brillaba espléndido. Kunti pensó qué maravilloso sería que el sol estuviera en ese momento a su lado. Como en un relámpago, recordó el encantamiento que le había enseñado el gran Durvasa. ¡Si ella lo recitaba, el sol vendría a ella! Sí, esa era la forma en que se lo había dicho: EL VENDRIA A ELLA. La pobre niña, en su bendita ignorancia, unió sus palmas que parecían un capullo de loto, e invocó al sol con el encantamiento que había aprendido.
Abrió los ojos. Ante ella se produjo un milagro. Los rayos del sol atravesaron rápidamente el acuoso sendero del río. Ella quedó deslumbrada por un súbito resplandor. El sol se hallaba allí, junto a ella. El se quedó mirándola, con una sonrisa divertida en los labios. A Kunti le agradó sobremanera el éxito del encantamiento. Sonrió con una dulce felicidad. Aplaudió de excitación, y dijo: “El sabio Durvasa dijo que funcionaría. Me quedé mirándote, cuando salías por el este. La escena era tan hermosa y tú mismo eras tan hermoso que quise que vinieras. Por eso he recitado el encantamiento que me había enseñado el sabio. ¡Has venido! ¡Qué maravilloso!”
El sol seguía sonriendo. Le dijo: “Ahora que he venido, ¿qué quieres que haga?”
“Bueno, pues nada,” dijo Kunti. “Nada más que pensé en tú, e imaginé lo maravilloso que sería tenerte a mi lado. Eso es todo.”
“Eso no es todo”, respondió el dios. “Evidentemente no has captado el significado de las palabras del sabio cuando él te enseñó la invocación. Te dijo que ‘cualquier dios al que invoques vendría a ti’. ¿No es cierto?”
“Sí”, dijo Kunti, sin entender sus palabras.
“¿No te das cuenta”, dijo el dios, “que eso significa que el dios te abrazará y te dará un hijo tan hermoso como el dios al que has llamado?”
Kunti quedó trastornada. Ella no sabía qué hacer ni qué decir. “Yo no lo sabía”, dijo la asustada niña. “No tenía idea de que sus palabras significaran eso. Por favor, perdóname esta niñería. Te ruego que te marches y me salves de esta vergüenza.” “Eso es imposible”, dijo el dios. “Una vez que me invocas, no puedo regresar si no te tomo. Tienes que ser mía. No puedes escapar del poder del encantamiento aunque lo hayas usado sin premeditación.”
Kunti estaba transida de dolor. “Soy una jovencita”, atinó a decir. “No estoy casada. ¿Qué dirá el mundo de mí? ¿Qué dirá mi padre? Se le romperá el corazón si llega a saber que su hija ya no es una doncella. ¿No puedes irte?” El sol estaba encantado por sus simpáticos modales. Sintió amor por esta mujer que apenas era una jovencita. Le sonrió y ganó el corazón de ella con sus dulces palabras y su sonrisa que daba seguridad. Le dijo: “No tengas tanto miedo, mi niña. Una vez que nazca el niño, volverás a ser virgen como ahora. Nadie se enterará de este incidente.” La joven quedó rendida ante sus palabras y su hermosura, y lo aceptó sin temor alguno por las consecuencias.
Cuando el sol se hallaba listo para partir, le dijo: “Tu hijo nacerá con una Kavacha y unos Kundala. Será como mi imagen. Llegará a ser un gran arquero. Nadie será su igual en la bondad de su corazón. En todo el mundo, será famoso como el hombre más generoso que haya existido. Jamás podrá rehusarle nada a nadie; ni siquiera si yo mismo le pido que deje de dar. Será un hombre orgulloso y sensible. En este mundo su fama subsistirá en tanto el sol y la luna se muevan en sus órbitas.” Con estas palabras, el sol desapareció de su vista.
A su tiempo, a Kunti le nació un niño. No sabía que hacer con él. Demasiado joven para conocer la alegría de la maternidad, sólo le preocupaba la vergüenza. Miró por la ventana. El río fluía con la placidez de siempre. Sólo en el corazón de Kunti arreciaba la tormenta. Finalmente se decidió. Envolvió al niño en una tela de seda, lo colocó en una caja de madera y la llevó a las orillas del río. Puso la caja a flote en el río, y volvió a sus aposentos. Desde su ventana observó a la caja que se alejaba flotando, cada vez más lejos de ella. Sintió que el corazón se le ahogaba del gran dolor, de ese anhelo impronunciable por esa pobre y desamparada criatura que flotaba en el corazón del poderoso río. Las lágrimas fluyeron de sus ojos. Levantando su mano en súplica al sol, lloró: “¡Ay mi señor, que gran injusticia he cometido con este hermoso hijo nacido de nosotros! Por favor, guárdalo, y no dejes que le acontezca nada malo.”
Le dijo a su niño, que se desvanecía en la distancia: “Que tu camino sea auspicioso. El señor de las aguas te guardará. No morirás. Todos los dioses del alto cielo te cuidarán. Algún día, en el futuro distante, te volveré a ver. Te reconoceré por tu Kavacha y tus Kundala. Afortunada será la mujer que te encuentre y te críe como su hijo. Ella te verá entrar en la edad viril, y será feliz. Pero yo soy la más infortunada de todas las mujeres. Nunca te tendré como hijo. Dios te bendiga, mi niño, mi primogénito.”
Aquella niña que reía se convirtió de repente en una mujer. Lejos estaban los días de la niñez sin preocupaciones. Al dormir y al andar, ella sólo veía una cosa: una caja de madera, y un trozo de seda. Envuelto en la seda, un hermoso bebé con su Kavacha y sus Kundala, que brillaban a la luz del sol matinal.
Fuente: "El Mahabharata" versión abreviada de Kamala Subrahmanyam
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